Esta obra partió del interés en dar a conocer la opinión de las mujeres que viven en Ciudad Juárez respecto a las mujeres asesinadas en esa ciudad, a quienes se les había venido llamando genéricamente y de manera errónea “las muertas de Juárez”. Así, llevé a cabo un testimonial para obtener su sentir y trascender los estereotipos acuñados por la prensa nacional e internacional.

En esta intervención-acción establecí una comunicación con el espectador en tanto persona, para promover un encuentro íntimo entre este y las mujeres que aportaron su testimonio. La obra enfatizó la escucha como vehículo para generar empatía. Esta dinámica adquirió dimensión política porque irrumpió en el puente fronterizo como una instalación que comprendía dos sillas, una frente a la otra. En una de estas coloqué una grabadora para reproducir la voz de las mujeres; en la otra invité a las personas a sentarse para escuchar los testimonios.